sábado, 23 de marzo de 2013





¿A QUÉ LLAMAMOS BUENA LITERATURA?



Muchos podrán objetar que la ‘buena literatura’ depende de gustos muy particulares, de afinidades sentimentales o políticas. Por supuesto, tal posición tiene incidencia al momento de catalogar a una obra. No obstante, nuestro interés o afición individual no es determinante al respecto. Decía Oscar Wilde: “no hay libros bonitos ni feos, están bien o mal escritos, eso es todo”…


Por ejemplo, existen muchas personas que catalogan como ‘buena y única literatura valedera’ a los libros escritos por autores de una determinada tendencia ideológica y política, lo cual sí constituye un límite determinante para el lector. En este sentido, no todo es bueno ni todo es malo: el mensaje de la novela, el cuento o la poesía (toda obra artística lo tiene, aunque algunos defiendan el arte por el arte, ‘la pureza dentro de un universo impuro’) para que produzca el efecto deseado desde el punto de vista literario, debe estar acompañado de una rigorosa exigencia estética, de lo contrario solo será un panfleto ridículo, un desperdicio de tinta y papel…


Esto no quiere decir que seamos indiferentes al mensaje de la obra literaria (no hay que leer con ojos ingenuos), sino que sepamos analizarlo dentro del contexto de cuándo fue escrito y su vigencia en la actualidad; significa que sepamos valorarla en cuanto al grado de exigencia intelectual y artística, y del estallido de sensaciones, emociones y percepciones que el libro, en la alquimia casi perfecta entre discurso y arte, provocó en cada uno de nosotros.




¿Y MALA LITERATURA?


Mala literatura sería aquella que se basa en fórmulas simples adaptadas al gusto de la masa que, a su vez, responde a las lógicas del mercado. Algo así como mucho ‘frosting’ y poco bizcocho. Un ejemplo, comúnmente utilizado por la crítica, es el caso de Isabel Allende. Una figura respetada en su primera etapa y despachada como literatura ligera desde que alcanzó la fama.


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